Humo de Reggae, humo de Viña.

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Hace algún tiempo, en el que los asistentes que este año frecuentaremos el asfalto de los escenarios del “Viñarock” aún no habíamos nacido, se bailaba al son de una voz rota en los subsuelos de los tugurios londinenses. Bailaban cabezas rapadas y hombres de color la misma canción; movían sus cabezas de atrás hacia delante al mismo tiempo que vibraban sus cuerpos sin despegar los pies del suelo; se rozaban y tocaban sin premeditación. Detrás de cada uno de aquellos roces, la chica y el chico o el blanco y el negro realizaban una simpática mueca, “We are in peace”.

 

Aquel estado de bienestar que se despertaba entre los consumidores de aquellos clubes nocturnos  del Londres de los “60”  se debíaúnicamentee a la voz de un “negrata” con procedencia jamaicana que seguramente había emigrado de su tierra en busca de una fortuna con lagunas. Ese “nigga” no solo exportaba consigo sus piernas y brazos para ponerlos a disposición de las órdenes de un blanco, también le acompañaban sus cuerdas vocales y con ellas, la pipa de la paz; el buen rollo; “el reggae”.

 

Actualmente, si nos paramos a mirar desde la ventana de un primer piso de la Gran Vía de Madrid, podemos ser testigos de la enorme cantidad de tribus urbanas que se pasean por las aceras de la capital. A primera vista, no hay disputas entre unas u otras, puedes ver como una panda de hipster cruza la acera al mismo tiempo que lo hacen, desde el otro lado, diez chavales con pinta de góticos, si acaso se miran de reojo, pero amablemente, sin buscar trifulca. Es un disfrute para la vista poder apreciar como una calle da cobijo a multitud de colores y estilos sin desentonar el amarillo más que el azul ni el rojo más que el verde.

 

Quizás, después de años en los que ir a contracorriente de lo establecido como normal era más que un motivo para ser considerado como “bicho raro”, “demente”, o un “adelantado a tu tiempo”, hemos aprendido a no mirar de reojo al que se pinta el pelo morado y a comprender que también se puede romper con las pautas tradicionales a las que parecía estar sometido cualquier persona venida en vida. Con ello, hemos aprendido a ver con buenos ojos al tipo que con más de treinta primaveras a sus espaldas continúa juntándose con sus amigos, cuando cuelga el traje de chaqueta, para disfrutar de más de una cerveza y seguir levantándose los domingos con dolor de cabeza; también hemos aprendido a mirar con buenos ojos a aquellas parejas que no decoran sus dedos con alianzas pero que comparten el mismo colchón y procrean como cualquier otra pareja de casados lo haría, ya sea de heterosexuales u homosexuales, qué más dará; hemos aprendido que la amistad y el sexo puede ser posible, que el sexo sin amor no es un delito, y que el “aquí te pillo y aquí te follo” también puede estar en boca de ellas sin que corran el riesgo de ser desvaloradas.

 

Probablemente, este buen rollo que reina entre las personas que hemos aprendido a desprendernos de los ancestros patrones sociales a los que se vieron sometidos generaciones muy próximas a las nuestras, tales como las de nuestros padres y abuelos, podría deberse en parte a la música. Nuestra generación no fue la que descubrió a Bob Marley, ni a los Rollings, ni a Dylan. Cuando nosotros nacimos sus voces ya se oían en los tocadiscos de nuestros “viejos”; a diferencia de ellos, a nosotros ni el rockandroll ni el reggae nos pillaron de sopetón. Este hecho quizás nos dejó mirar más allá de las canciones, concretamente en sus autores. No nos conformábamos simplemente con oírlos, queríamos llegar más allá, queríamos imitarlos. Nos transmitían estilos de vida, de vestir,  y de mirar el mundo muy distintos a los que estábamos acostumbrados a ver. Parecían venir de otra galaxia a la que nosotros deseábamos pertenecer. Un claro ejemplo de la música como progreso social pudo ser el de Freddie Mercury, líder de la emblemática banda “The queens”; que éste fuera homosexual y presumiera de ello en una época en la que serlo era un tema tabú, pudo ser beneficioso en cuanto al progreso social en este ámbito de la homosexualidad, contribuyendo a que muchos de sus oyentes esquivaran de sus mentes la fachada de trastornados con la que se solía etiquetar a  los que gozaban en una cama con alguien de su misma condición sexual.  Otro ejemplo lo fue y lo es el histórico Bob Marley, como persona y como músico nos dotó de una educación sin exclusiones, sus canciones inspiraban un humo pacífico con el que contagiaba a todo aquel que le pusiera oídos; su persona, las fotografías que cosechaba con otros artistas musicales de estilos muy distintos al suyo, nos hizo aprender a mirar con buenos ojos a los que portan camisetas en las que se ven distintos dibujos de los que aparecen en las nuestras.

 

Cuando la otra tarde me contaban que este año se inauguraba en el “Viña” un escenario por el que desfilarán grupos de música “reagge”, se vino abajo parte del descontento que arrastraba aquel día por culpa del exceso de horas dentro de un aula durante un mismo día.  Al llegar a casa, en la hora de la cena, conversaba con mis compañeros sobre la noticia. Uno de los comensales, el más fiel al rock de los que levantábamos nuestra cuchara, el que yo pensaba que fuera el único que pudiera renegar de la innovación, miró con buenos ojos la idea. Será porque los verdaderos promotores del “rockandroll”, como ya lo dejé a entrever en párrafos anteriores, no negarían su escenario a una voz rota que derrocha el buen rollo entre las gentes: “El reggae”.  “¿O acaso Jagger negaría su micrófono a Bob Marley?”

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Como haría en su rutina de lunes a viernes un ejecutivo de la gran ciudad para despejarse del estrés que le generan los papeles y los cafés, antes de pasar por casa pasará por  algún rincón de la ciudad donde le espera un chándal, una esterilla y las indicaciones de su profesor de yoga; cuando el cuerpo nos pida consuelo después de varias horas de “rockandroll” en directo, podemos hacer algo parecido los espectadores del próximo “Viñarock 2014”, pasando por el nuevo escenario Negrita Reggae para templar nuestros tímpanos al ritmo de “Morodo y Okoume”, “La puta Opepe”, “Green Valley”, “Aspectant”, “Emeterians”…y otros muchos, cuyas voces, al contrario que las religiones, nos transmitirán verdaderas sensaciones de paz y armonía para hacer más llevaderos los tres días de música sin paciencia que presenciaremos.

 

Autor: Sebastían Madrid.





El Alegre Bandolero

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La música es la mierda que se encarga de ensuciar e impregnar la consciencia, el pensamiento y la vida de buenas sensaciones.


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